Por Ana Luisa Herrera El Sentinel Han pasado muchos años, sin embargo recuerdo vívidamente el día en que nació mi hija. Era mi primera bebé. Se veía tan chiquita y tan frágil. Era preciosa. Un día que jamás se me olvida y que cambió por completo mi vida.
Cuando después de largas horas de dolores y finalmente el parto, el doctor levantó a mi bebé en alto y me dijo "es mujercita!" (en esos días no había la técnica para determinar el sexo del bebé), sentí muchas emociones al mismo tiempo que son difíciles de describir: extrema felicidad, miedo, impotencia. Acababa de presenciar el milagro más maravilloso de la vida, el haber dado vida a otro ser. En ese momento poco me importaba ya los dolores por los que había pasado, las náuseas de los meses anteriores o la barriga que deformó poco a poco mi cuerpo.
Era un ser perfecto, bellísima y tan pequeña. Pero también me daba cuenta que ser madre no es algo que se aprende en la escuela o en la universidad. Había estudiado y aprendido muchas cosas en las aulas, recibido diplomas, premios; pero en el arte de ser madre era totalmente neófita.
Me sentía inútil frente a mi bebita recién nacida. No sabía cómo alimentarla con mi pecho; ni siquiera sabía cambiarle bien un pañal. Cuando pusieron su cunita junto a mi cama, sus grandes ojos me miraban fijamente, como si me reconociera. Se veía tan chiquita y tan indefensa. Parecía decirme "no me dejes sola, mami". De sólo pensar que este ser pequeñito dependía ahora totalmente de mí, me asustaba. Me hacía mil preguntas sin respuesta: ¿seré una buena madre? ¿sabré cómo cuidarla? ¿Y si se enferma y no sé qué hacer para sanarla?¿Y si no sé criarla?
Pero el aprendizaje vino por sí solo a medida que mi bebe iba creciendo de la misma manera natural en la que uno aprende a respirar: ella me enseñó a ser madre. Aprendí a reconocer sus estados de ánimo, a saber cuándo tenía un cólico, cuándo se sentía enferma, cuándo lloraba por hambre o porque tenía sueño; cuándo quería jugar o simplemente tener una caricia mía.Cuando nació mi hijo un año después, un bebé hermoso y robusto, las cosas fueron más fáciles. Por lo menos ya no me sentía tan inútil en el tema materno y losdescubrimientos en mi nuevo bebé eran diferentes y llenos de nuevas esperanzas.
Ser madre me enseñó además a entender más a mi propia madre, como mujer y como amiga. Pronto aprendí también que todas las primerizas pasan por los mismos temores e inseguridades. Pero por sobre todas las cosas, aprendí que Dios fue magnánimo al dotar a la mujer con el maravilloso don de ser madre.
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